20171015


Han pasado 20 años desde la última vez que me escribiste. Que no cunda el pánico, no llevo todo este tiempo atesorando esos dos folios para hoy, finalmente, dar rienda suelta a una suerte de locura cocida a fuego lento. Aunque sí reconozco que últimamente he vuelto a releerlos y a reflexionar, ya con la sangre enfriada por el tiempo y la cabeza mejor amueblada (o eso me digo), en lo que en ella me dices y en cómo llegaron nuestros derroteros a colisionar y salir despedidos en sentidos distintos, pese a que las tripas nos propusiesen rutas más parecidas.
Hace dos decenios me jodió lo que pasó. Mucho. En la parte del balance positivo, creo que me arrancaste la primera reacción madura de mi vida, consistente en enfundarme el adios, asumir que me tocaba peder, buscarme una muleta para poder seguir andando y mirar adelante confiando en que dejaría de doler algún día. Antes de llegar a ese punto redacté varias réplicas, intenté defenderme en papel y justificar que los sueños eran realidad y la realidad está hecha de sueños y que vivir soñando es para valientes. Como ya sabes, nunca salieron de mis manos y todas fueron a la basura. Casi mejor, ¿recuerdas cómo me las gastaba entonces? Te puedes imaginar el tono... puro drama. Formaron parte del proceso de aprendizaje al que aquellos dos folios me sometieron. 
Entonces era inimaginable que existiese un 2017 en el futuro. Pero estaba y, afortunadamente, lo hemos alcanzado como cada uno queríamos, ¿no crees? Me embarga una sencilla felicidad cuando pienso en ello, me siento y vuelvo a redactar esa réplica que nunca mandé, pero ahora, como ya pasó en aquel octubre de 1997, no va el tema de dos chalaos montados en una nube contando cómo pasa la vida, los actores se han ido multiplicado y ha cambiado el cuento. Ambos tenemos gente de la que cuidar. Por eso, ni entonces ni ahora, irá más lejos de un borrador sobre mi mesa. Curioso esto último: preguntándome si tendría algo que contarte en 2017, tuve que coger boli y papel. Mirando una pantalla en blanco me quedaba tal como ella. Porque nuestro idioma fue otro.
Con toda una vida transcurrida desde entonces, siento mucho cariño al pensar en aquella relación epistolar tan especial, tan visceral, tan arrebatadoramente encantadora que surgió entre nosotros. Leyéndote aprendí a admirarte profundamente, a respetarte y a quererte. Me bebía aquellas cartas e incorporaba a mi vida inmediatamente cualquier canción o libro que mencionases. Eras una presencia etérea y a la vez absolutamente real en mi día a día. Las sensaciones cuando intuía tu letra a través del ventanuco del buzón son irrepetibles y debería ser obligatorio que todo ser humano las sienta alguna vez en su vida. Nadie me enriquecía de esa manera pese a la distancia física, que era como el mismísimo muro de Berlín; sin embargo, nos la pasamos por el forro con cartas que eran puro extraperlo en aquellos años en los que para recorrer 560 kilómetros bien podrían haber puesto un Transiberiano. Deja que te dé las gracias por tan preciosos momentos, a ratos épicos, a ratos bovinos, con ese surrealismo cargado de verdades como puños que se puede parir cuando uno se revuelve para sacudirse el cascarón. 
Me consta que sí tendríamos mucho de qué hablar, porque sé sobre qué punto de partida se ha construido el hombre que hoy eres, y solo puedes seguir siendo una persona de las que a mí me gustan. Yo, me temo (;-), también me he convertido en lo que se veía venir, y supongo que si te caí bien una vez, puedo hacerlo dos, ¿no? Quién sabe, quizá la vida nos vuelva a hacer coincidir una noche más y nos deje sentarnos en un escalón cualquiera a charlar otro rato. Hay personas a las que siempre se (h)echa de menos.
En fin... No me lo tengas en cuenta. Pisar demasiado en firme hace que me duelan un poco los talones. 
Un beso grande.

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