Fue el diecinueve de octubre del quince cuando Carlos Santos hizo rebosar el salón de actos del Ateneo al presentar su libro "333 Historias de la Transición". Los madrugadores pudimos sentarnos cerquita de la mesa presidencial y hasta comprarnos un ejemplar con la esperanza de llevarlo a casa con una simpática dedicatoria que lo personalizara. Los puntuales y los tardones se quedaron sin libro y sin asiento, pero no sin el disfrute que supusieron las dos horas de acto.
Como yo nací en el año setenta y cuatro, voy a empezar por el final, que es de lo que me acuerdo sin que me lo cuenten. Mis quintos y yo tenemos memoria propia de la primera votación democrática, lo que no sabíamos (yo no, llamadme ignorante) es que la izquierda pidió que no se votase, la derecha que se evitase el desastre, y que luego España hizo lo que le vino en gana, que era ir en masa a las urnas, con más miedo que otra cosa, pero con la decisión íntimamente tomada de buscar el cambio. Los de mi año también podemos canturrear aquella de "libertad, libertad, sin ira, libertad", y los más culturetas hasta creeremos saber que es de Jarcha, ignorando hasta ayer que en realidad la compusieron otros y que promocionaban con ella la salida de Diario 16 y no unas elecciones, y que llegó a Jarcha lista y preparada para cantarla, y ellos, andalucistas y tal, dudaron por si eso les traía algún embolao. Les metió en la Historia de cabeza. También reconocí por mí misma los sones de "habla, pueblo, habla", y se me pusieron los pelos de punta cuando Carlos Santos señaló al público y un señor, mayor y encorvado por tantos años que pasaron desde aquella, se levantó a saludar. Allí estaba el compositor de esa canción que yo memoricé de niña y cantaba durante los largos viajes que hacíamos en familia por las carreteras nacionales de entonces. Muchas más canciones sonaron anoche, algunas debían remover recuerdos intensos, como una cantada por cierto chico vasco en pleno juicio: Carlos Santos y Fernando Reinlein se llevaron a la vez las manos a la cara, como conteniendo un gesto de dolor, como enfrentando un recuerdo de los que se clavan en la tripa, como sujetando los lagrimales con la punta de los dedos y la nariz con las palmas, como peparándose para la convulsión de todo el cuerpo que a veces produce la memoria removida. Sonó mucho Llac del de entonces, que era luchador como el de ahora, y que a sus veinte años sabía dar en la diana con sus letras y músicas. Sonó Pablo Guerrero también, el lado poético de la lucha. Sonaron tantos que esto podría convertirse en una enumeración que se me antoja innecesaria.
Carlos Santos, como ya se ha podido adivinar, utilizó la música de entonces para recorrer momentos de la transición que le apeteció rememorar con los asistentes, momentos duros o divertidos, los que fueron haciendo posible que la democracia llegase, que España pasase página y que los que no corrimos delante de los grises hayamos vivido y vivamos con la Libertad que esa otra generación no pudo dar por hecha. De eso va su libro: historias de valientes, anónimos o no, que fueron tejiendo el concierto que hizo posible dejar atrás la dictadura y sus prohibiciones, que fue sacando nuestro país del obscurantismo y la ignorancia, que inició el camino hasta el presente que conocemos. Sus invitados dejaron claras las diferencias entre aquel ayer y nuestro hoy. Gallardón contó cómo su padre fue tres meses a la cárcel sin que mediase juicio o posibilidad de defenderse. Forges dibujó con sus palabras la historia de un guardia aporreando una gorra voladora y su correspondiente detención por reírse de tan grotesca situación. Campo Vidal embelesó con esa voz que acompañaba mi pijama de niña a la hora de la cena y repasó el libro de Carlos con esas tablas de periodista que nadie le puede negar. El Teniente Coronel Fernando Reinlein aportó el tipo de información que solo quien se atrevió a formar parte de la Unión Militar Democrática puede ofrecer. Esa noche todo sumó. Las dos horas que duró el acto volaron.
Enhorabuena, Carlos, tu éxito está claro desde ya. Me enorgullezco de tí y tengo guardado el libro que compré esa noche. Se lo quiero regalar a mis padres, periodistas como tú que retransmitieron también esa Transición. Espera tu firma y será un gran regalo de Navidad. Y es que, para terminar, he de decir que hubo tanta gente en la presentación que no conseguí una dedicatoria en mi libro. Por poner una pega.
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