Patricia
ha entrado en el mismo bar en el que me bebo una cerveza mientras
espero a recoger la moto reparada. Ha llegado a la barra y ha pedido
una caña y aceitunas "de esas", señalando una fuente de
olivas sobre la barra, muy aliñadas. Es una chica nerviosa: no deja
de mover las piernas repetitivamente. No se sienta, da charla al
camarero haciendo unos comentarios sobre fútbol para mí inconexos.
Sospecho que el camarero tampoco le sigue porque no responde con
demasiado entusiasmo y da por finalizada la conversación, con lo que
ella se dedica a roer las aceitunas con la mirada perdida.
Patricia
debe medir metro y sesenta, y fácilmente pesa noventa o cien kilos.
Me pregunto cómo es su vida, de dónde viene a esta hora en vaquero
y jersey lila, si la esperan para comer, si le cogen la mano alguna
vez, si se siente querida. Y cuando estoy en esas me dice que le
gusta mi pelo, mirándome con una sonrisa que pide a gritos un poco
de charla. Me lanzo a darle explicaciones sobre el lado oscuro del
pelo platino y después de que nos sobrevuele un ángel, llamo al
camarero y le pido otra caña para cada una y sigo escribiendo. Por
supuesto, pido las famosas aceitunas, que no están mal. "¿Sueles
venir por aquí?", le pregunto. A veces. Pero lo más duro de su
respuesta es su reacción física, empieza a moverse mucho, que es lo
que hago yo cuando una situación me hace sentir vulnerable.
Me
cuenta que ella tiene mucho pelo y prefiere hacerse una coleta, yo
le aseguro que envidio eso porque siempre he tenido poco y
demasiado fino.
Así termina la conversación con Patricia. Cuando voy a pagar me dice que ya lo hace ella. "De eso nada, el que pide, paga". Creo que Patricia, además del peso, tiene algún otro asunto que le debe hacer la vida más dura de lo que probablemente merece. Me ha parecido una chica simpática, desde luego es risueña. Hay verdaderos supervivientes ahí fuera que nos dan lecciones de simpatía, de agrado, de comportamiento, de ánimo, que los que tenemos todo de cara olvidamos con frecuencia, si es que alguna vez lo supimos. Espero que te vaya muy bien, Patricia.
Así termina la conversación con Patricia. Cuando voy a pagar me dice que ya lo hace ella. "De eso nada, el que pide, paga". Creo que Patricia, además del peso, tiene algún otro asunto que le debe hacer la vida más dura de lo que probablemente merece. Me ha parecido una chica simpática, desde luego es risueña. Hay verdaderos supervivientes ahí fuera que nos dan lecciones de simpatía, de agrado, de comportamiento, de ánimo, que los que tenemos todo de cara olvidamos con frecuencia, si es que alguna vez lo supimos. Espero que te vaya muy bien, Patricia.
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