Reflexiono
sobre el amor y recuerdo aquella vez. Falté días de mi casa,
dejando a mi perra Txispa, a la que algunos recordaréis, en otras
manos. Al comentar a mi padre que tenía ganas de regresar me dijo:
"si algo puedo asegurarte es que es la perra la única que te
echa verdaderamente de menos". En el momento no tuve claro si el
comentario me gustó o no.
Con
el tiempo lo he entendido. Txispa me quería como hay que querer. Con
bondad incondicional: me observaba con fruicción y me
comprendía, vaya que si me comprendía, a niveles cósmicos y cada
día un poco más. Me quería con compasión: si me veía sufrir me
cuidaba, me acariciaba, me daba calor, me hacía sentir acompañada y
querida. Me quería con alegría, celebrando varias veces al día,
todos los días de su vida, que me quería. Por último, me quería
con libertad.
Me
pasma un poco llegar a la conclusión de que mi perra practicaba el
amor verdadero. La imagino toda zen, en la posición de loto,
aprovechando cuando yo no estaba y luego disimulaba haciendo alguna
gamberrada para no ir de intensilla. Creo que nunca me habló para no
matarme del susto, pero sobre todo porque no le hacía falta hablar.
Y estoy profundamente convencida de que fue un modelo, del que sigo
aprendiendo, muchos años después de su muerte. Una de las mayores
lecciones sobre cómo amar que he recibido en mi vida me la dio una
boxer. Normal, entonces, haber llegado hasta aquí.
14
de febrero de 2016
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