Tomás
es un tipo peculiar. Como el bien dice, tiene canas y hace tiempo,
con lo cual hay privilegios que tiene conquistados. Yo también debo
de haberme ganado alguno, porque se toma los botellines de la una y
media conmigo.
Para
su generación es bajito, pelo abundante que peina hacia atrás,
tiene una de esas bocas llenas de dientes con labios finos que cuando
ríen lo copan todo. Su voz es exactamente igual que la de cierto
personaje de este país que, actualmente, se deja oír en radio
los fines de semana (vale, lo digo, es Iñigo). Le conocí hace muy
poco tiempo. Por esos entonces su hija estaba ingresada con problemas
gordos en algún hospital, afortunadamente pasaron, capítulo
cerrado. Cuando me vio surcar el asfalto madrileño en moto me contó
que su hijo lo marea para que le deje tener moto y que él se niega
en redondo. Nunca sé qué contestar cuando topo con este comentario
tan frecuente, noto una responsabilidad sobre la seguridad del que
encuentra la prohibición que no me deja manifestarme del todo, así
que suelo responder contando mis historietas al manillar, que por
fortuna (y que así siga mucho tiempo) son pecata minuta.
Tomás
ha pasado por toda clase de vicisitudes laborales, algunas parecidas
a las mías, y sé por eso que no habrán sido de agrado. Sin embargo
viene a currar con el mejor de sus semblantes, su carcajada es la
única que se oye, de vez en cuando para no desentonar demasiado, en
la oficina. La suya y la mía, en realidad, porque hay cosas que no
deberíamos dejar de hacer nunca, le joda a quien le joda. Gracias a
él estoy conociendo mejor a los otros. Gracias a él he rememorado
el ascazo que me dan las personas envidiosas, los que no saben
quiénes son y mientras se hacen preguntas van jodiendo al resto. A
él le debo el despejar alguna incógnita sobre mí misma que tenía
aparcada, porque cuando surgió lo atribuí a la estupidez ajena;
ahora veo claramente que efectivamente era estupidez, y no mía.
Pero
sobre todo, sobre todo, le debo el lujazo de beberme un botellín a
la una y media con la conciencia bien tranquila, el trabajo avanzado
y en buena compañía, mientras los cojos mentales tiritan frente al
ordenador sin entender el significado de la fraternidad, del buen
rollo, de la admiración mutua, de la confianza en el entorno, del
buen vivir.
Viviré
bien con Tomás, todo lo que pueda. Y punto.
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