20170717

Cosas de mi abuela


Mi abuela Manola era de una aldea gallega a la orilla de la Ría de Ferrol, hija de un guardagujas, huérfana de madre demasiado pronto, con una madrastra que no la debió querer nada y una sola hermana de entre todos los que eran, muchos, Pepita, con la que caminar en la vida, hacer planes, reñir y finalmente quererse. Durante la guerra, como cualquiera otra adolescente, gustaba de ir a la fiesta y tontear con los chicos de la zona. Tenía ya un oficio, era modista, siempre  me contaba cómo la obligaban a coser trajes para los soldados, que no le gustaba un pelo, nunca le gustó que la gobernaran. Pero supo sacarle tajada a eso, le metía cartas a mi abuelo en la sisa, que supongo que luego el descosía para leerlas, y de aquellos juegos procedemos unos cuantos.

La posguerra no debió ser lo más duro, fue dueña de una tienda de ultramarinos en la que debió trabajar mucho, de donde su hijo le cogía plátanos sin pedir permiso y mi madre no, que no le gustaron nunca. Ya de abuela fue una mujer muy comunicativa. Contaba historias sin fin, se sentaba a tu lado mientras comías lo que te había mantenido caliente hasta que llegases de clase y hablaba, hablaba. Me acercaba a mi origen, por lo menos al que ella creía que era. Era muy vehemente en sus opiniones, que tenía y en abundancia (abondo, eso). Sin ser una persona que hubiese estudiado más que para salir del analfabetismo, había aprendido mucho de su época, transmitiéndolo al todo el que tuviese la tarde libre.
 Recuerdo especialmente la época en que España miraba por entrar en la OTAN, en la CEE, y dar el paso de ser parte de grandes grupos internacionales. Mi abuela era totalmente pro OTAN y pro todo lo que significase pertenecer a algo importante. Basta de miserias, decía. Si otro loco se alza en el poder, ¿quién lo parará? Mejor cola de león siempre, decía. 
Pienso mucho en ella estos días, estaría preocupada por los griegos, porque todos se puedan equivocar y esto termine de mala manera. Ella les diría que hiciesen todo lo posible por quedarse, que no eligiesen estar solos, que no se juntasen con malas compañías. Que no se pusiesen en peligro.
 Pero claro, ¿qué sabe una aldeana de ría de todo esto? Ni ninguno de nosotros. O sí.

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